Yo soy yo y mis circunstancias.

domingo, 30 de noviembre de 2014

De todas las cosas que pudimos ser.

De todas las cosas que pudimos ser
tú y yo
decidimos ser tiempo.
Pasear las horas bailando con sueños
en distintas almohadas.
Observar los minuteros, feroces,
mientras el mundo gira y gira
y nosotros nos detenemos en el mismo segundo.
No volver a vernos.
De todas las cosas que pudimos ser
tú  y yo
decidimos ser espacio.
Y a kilómetros entre praderas extensas
echarnos de menos, en silencio.
Escondernos entre colchones que multiplican
las millas, translúcidas, entre tu casa y la mía.
No volver a rozarnos.
De entre todas las cosas que pudimos ser
tú y yo
decidimos ser una ecuación perfecta.

Perfecta, pero jodida. 

domingo, 16 de noviembre de 2014

Por si acaso.

No sabía ni quien eras,
ni tampoco a qué jugabas
Nos perdió abrirnos tanto
y bañarte en mi mirada.
Y ahora que te has ido
acaso no te has dado cuenta,
ya no se escuchan mis latidos
ni se abren las compuertas.

Vuelve, que la pena anida en mi trenza
y tú  no estás para desenredarla
Vuelve, que hay una niña aquí despierta
que sin ti no siente nada.

Te estoy escribiendo una canción
por si al final no regresas.
Quiero notar que te perdí
pero que no me ha dado pena.
Hace días que te vi
no recordaba ni quien eras
estabas guapo a rabiar,
ya acabo, en fin, qué pena.

Vuelve, que la pena anida en mi trenza
y tú  no estás para desenredarla
Vuelve, que hay una niña aquí despierta
que sin ti no siente nada.

sábado, 15 de noviembre de 2014

No te vayas.

No te vayas.
No dejes que el tiempo se pose en mis pies
y que mis tobillos flaqueen porque está lloviendo.
No te vayas.
No dejes de cantar esa canción absurda
y de fotografiar cielos despierto.
No te vayas.
No me dejes conmigo misma, y el miedo
porque los dos sabemos bien quien gana.
No te vayas.
No permitas que mis labios se rompan, secos,
porque les falta tu húmeda y caliente.
No te vayas.
No juegues a desaparecer y a mandarme
ovnis mientras yo sueño.
No te vayas.
Nunca.
Pero si te vas, sepas bien que no quiero, nunca,
 jamás,
que vuelvas.

viernes, 31 de octubre de 2014

Muchacha de ojos tristes.

Nunca te enamores de una chica con los ojos tristes. Sí, ya sabes. De esas miradas que despiertan alaridos por poder abrazarlas y bañarse en sus retinas. Las chicas con los ojos tristes suelen tener miles de historias dentro, pero prefieren contarlas con los labios y no con los ojos.  Suelen ser curvilíneas, no por sus cuerpos, sino porque compensan esa tristeza demoledora con una sonrisa casi esférica, que ya quisieran los planetas de todos los sistemas solares sortear la gravedad como lo hacen cuando sonríen.  Cuando se esconden tras sus pestañas, y te miran, a soslayo, y sientes que todo dentro de ti se enciende, significa que el juego acaba de empezar, y te vas a mojar. Por supuesto que te vas a mojar, como nos mojamos todos cuando hasta sus cejas gimen. Lo peor que tienen estas chicas es que les gusta leer, y te leen, entre líneas, aunque tu libro esté cerrado. Son capaces de observarte hasta el más recóndito pensamiento guarro que cruce por tu mente, el último recuerdo vodevil y hasta tus instintos lunáticos. Nunca te enamores de una chica con los ojos tristes, porque no te estarás enamorando de la tristeza, sino de la puta sensación que te recorre cuando te ves reflejado en sus ojos y te ves, ahí, postrado, y te gustas; porque ellas tienen esa magia.


Pero, ya lo decía Sabina, lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.

viernes, 17 de octubre de 2014

La nuestra.

Hoy no has dejado de sonar en mi cabeza, como aquella tonta sinfonía que sin querer se te pega en los huesos y te araña lo más hondo. Tampoco han podido salir tus manos sobre mi mejilla, mi respiración desbocada, tus ojos y la duda. ¿Por qué la vida es tan puta?
Y me quemo. Juro por los dioses que me quemo. E intento cerrar los ojos, inspirar, y expirar tu rostro, pero no puedo. Estás ahí, estás en mí. Y me enredo en sacos rotos, y te busco en el pasado para poder encontrarte en el futuro. Porque al fin y al cabo, ya lo cantaba Zahara, jugamos a ser dos gatos que no se quieren dormir. Caminamos oliendo a tequila y vino barato, maullando enloquecidos como aquellos que van a morir de amor, que en el fondo es demasiado cierto. No nos importaba el mundo, ni sus historias, y en cambio se me partía el alma cada vez que te imaginaba dándome la espalda para no volver más. Y me pregunto, desvelada y triste, si el destino quiere que nos ahoguemos presos de nuestras propias culpas, si no pudo esperar, si no pudo darnos más tiempo.
¿Y ahora qué?
Al fin y al cabo, aquí
solo pasa el tiempo
(y demasiado rápido).

Ya lo decía la nuestra, hoy te he vuelto a recordar.

miércoles, 25 de junio de 2014

A mi musa, porque sí.

Yo solía secuestrar musas, pero eso hace tiempo que cambió desde que la conocí. Tiene un vicio que sabe a Rock and Roll y a ginebra. No es una musa cara, siempre anda moviendo sus caderas creando vaivenes de donde flotan versos. Le gusta dejarse seducir, yo le vendo mis versos, pero prefiere tirarse a mi prosa. No es tan puta como las otras, y esta baila por las noches conmigo, sobre todo cuando lo pienso a él. Si nunca te has preguntado por qué la banda sonora de Amélie es tan ella, es porque nunca quisiste ver con los oídos. Yo creo que le gusta París, pero también las frías calles llenas de vagabundos de Nueva York. Le gusta el invierno, pero solo porque sus pezones se vuelven copos de nieve. Todos la adoran, la odian, la desean, la detestan, todos la pondrían a cuatro patas para que surgiera de ella los mejores versos que Neruda o González le vieron parir.  Se llama Violeta, o violenta, o viento. En realidad, nunca me ha dicho su nombre, solo se eriza en mis dedos cuando llega, y juro por Bukowski que su jugo sabe a rosas, a Venus y a la armónica de la esquina. Creo que Chavela le dedicaba alguna canción, o no, quién sabe…

A-y.

“¿No lo sientes? Ya sabes, cuando duele adentro, tanto que parece que es corrosiva hasta tu sangre. A veces me da miedo ese sentimiento, me parece tan nauseabundo, tan inhumano y a la vez tan animal, que pienso que fumando mentiras se me pasará. Pero no se va, ¿sabes?, se queda ahí, pendiente de tus arterias como si fuera ropa mal colgada en un día lluvioso. Y cuando empieza a pesar tanto como la tristeza, y notas que tus ojos se hinchan, ahí amigo mío, ahí ya no hay vuelta atrás para mí. ¡Y mira que no me gusta parecer una sensiblera! Suelo meterme prisa para dejar de llorar, cierro los ojos, inspiro, pero no importa, el río siempre llega al mar. A veces me abrazo, para doblegar mi pena y a la vez mi sentimiento de autocompasión. Entonces sé que algo no va bien, que la congoja se anida en mi garganta y ni siquiera gritando, tampoco por dentro, la hago callar. Dicen que el alcohol es el remedio divino para ahogar ese sentimiento, pero el invierno de mi cuerpo se apodera de mí llegando a anestesiarme de tristeza, tanto que me engancha. ¿Puede existir alguien enganchada a la tristeza? No lo sé, quizá yo sea una de esas yonkis. No sé si me entiendes, a lo mejor a ti también te pasa, si eso no fuera así no estarías aquí, conmigo, absorto en lo que te digo, ¿verdad, cariño?” Y ella se acerca, abraza el trozo de mármol, besa su foto y se va, como otro día de abril, como cualquier febrero.