Yo soy yo y mis circunstancias.

viernes, 31 de octubre de 2014

Muchacha de ojos tristes.

Nunca te enamores de una chica con los ojos tristes. Sí, ya sabes. De esas miradas que despiertan alaridos por poder abrazarlas y bañarse en sus retinas. Las chicas con los ojos tristes suelen tener miles de historias dentro, pero prefieren contarlas con los labios y no con los ojos.  Suelen ser curvilíneas, no por sus cuerpos, sino porque compensan esa tristeza demoledora con una sonrisa casi esférica, que ya quisieran los planetas de todos los sistemas solares sortear la gravedad como lo hacen cuando sonríen.  Cuando se esconden tras sus pestañas, y te miran, a soslayo, y sientes que todo dentro de ti se enciende, significa que el juego acaba de empezar, y te vas a mojar. Por supuesto que te vas a mojar, como nos mojamos todos cuando hasta sus cejas gimen. Lo peor que tienen estas chicas es que les gusta leer, y te leen, entre líneas, aunque tu libro esté cerrado. Son capaces de observarte hasta el más recóndito pensamiento guarro que cruce por tu mente, el último recuerdo vodevil y hasta tus instintos lunáticos. Nunca te enamores de una chica con los ojos tristes, porque no te estarás enamorando de la tristeza, sino de la puta sensación que te recorre cuando te ves reflejado en sus ojos y te ves, ahí, postrado, y te gustas; porque ellas tienen esa magia.


Pero, ya lo decía Sabina, lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.

viernes, 17 de octubre de 2014

La nuestra.

Hoy no has dejado de sonar en mi cabeza, como aquella tonta sinfonía que sin querer se te pega en los huesos y te araña lo más hondo. Tampoco han podido salir tus manos sobre mi mejilla, mi respiración desbocada, tus ojos y la duda. ¿Por qué la vida es tan puta?
Y me quemo. Juro por los dioses que me quemo. E intento cerrar los ojos, inspirar, y expirar tu rostro, pero no puedo. Estás ahí, estás en mí. Y me enredo en sacos rotos, y te busco en el pasado para poder encontrarte en el futuro. Porque al fin y al cabo, ya lo cantaba Zahara, jugamos a ser dos gatos que no se quieren dormir. Caminamos oliendo a tequila y vino barato, maullando enloquecidos como aquellos que van a morir de amor, que en el fondo es demasiado cierto. No nos importaba el mundo, ni sus historias, y en cambio se me partía el alma cada vez que te imaginaba dándome la espalda para no volver más. Y me pregunto, desvelada y triste, si el destino quiere que nos ahoguemos presos de nuestras propias culpas, si no pudo esperar, si no pudo darnos más tiempo.
¿Y ahora qué?
Al fin y al cabo, aquí
solo pasa el tiempo
(y demasiado rápido).

Ya lo decía la nuestra, hoy te he vuelto a recordar.