Nunca te enamores de una chica con
los ojos tristes. Sí, ya sabes. De esas miradas que despiertan alaridos por
poder abrazarlas y bañarse en sus retinas. Las chicas con los ojos tristes
suelen tener miles de historias dentro, pero prefieren contarlas con los labios
y no con los ojos. Suelen ser curvilíneas,
no por sus cuerpos, sino porque compensan esa tristeza demoledora con una
sonrisa casi esférica, que ya quisieran los planetas de todos los sistemas
solares sortear la gravedad como lo hacen cuando sonríen. Cuando se esconden tras sus pestañas, y te
miran, a soslayo, y sientes que todo dentro de ti se enciende, significa que el
juego acaba de empezar, y te vas a mojar. Por supuesto que te vas a mojar, como
nos mojamos todos cuando hasta sus cejas gimen. Lo peor que tienen estas chicas
es que les gusta leer, y te leen, entre líneas, aunque tu libro esté cerrado. Son
capaces de observarte hasta el más recóndito pensamiento guarro que cruce por
tu mente, el último recuerdo vodevil y hasta tus instintos lunáticos. Nunca te
enamores de una chica con los ojos tristes, porque no te estarás enamorando de
la tristeza, sino de la puta sensación que te recorre cuando te ves reflejado
en sus ojos y te ves, ahí, postrado, y te gustas; porque ellas tienen esa magia.
Pero, ya lo decía Sabina, lo que yo
quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.
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