Yo soy yo y mis circunstancias.

jueves, 4 de febrero de 2016

Difícil.

La  vida va y viene, pero tú te quedas. De una manera inconsciente e insana, casi enfermiza, para siempre. Y vives ahí, donde no duele, entre las capas más volátiles de mi piel para no querer nunca irte. Y yo te echo, te juro que te echo, te aporreo, te insulto, te ignoro, e incluso he empezado a odiarte, pero sigues ahí, colgando de mis arterias. Vuelves pasear por mi memoria, y despertar el aroma que se atraganta entre mi pecho. Y te vuelvo a odiar. Odio como te has ido, de esa manera casi vil, villana, y por qué no decirlo, gilipollas.  Odio sentirme bien, feliz, ilusionada, pero a la vez vacía, mucho más que un fotograma de Tarantino sin una gota de sangre. 

"Nunca me dice que me quiere"
Y es que al fin y al cabo nunca lo ha (has) hecho, ni siquiera un poco.

Pero por más que intento realizar el truco de magia de mi vida, y hacerte desaparecer para siempre, te filtras, correteando, como un niño pequeño por una pradera, navegando por mis conexiones nerviosas como un pirata con síndrome de Peter Pan, luchando con recuerdos para quedarte. Te odio por ello, con todas mis fuerzas, con las mismas con las que imploro que vuelvas.
Y joder, qué difícil me lo estás poniendo. 

viernes, 22 de enero de 2016

Las lunas de Júpiter.

Hace 24 horas yo era feliz. Jugaba a perderme como una niña olvidada entre el bosque de tu cara.
Buceaba hasta tu sonrisa, queriendo anclarla para siempre en mi retina.
Hace 24 horas el tiempo jugaba en desventaja, ya que el deseo, voraz, de vivirte rompía todos los relojes, y hacía gemir a todos los minuteros.
Hace 24 horas me juraba tan tuya, que la vida no quería vivir sin saber cuantas palpitaciones escondían mis ganas.
Hace eso, 24 horas, convertías en lluvia de estrellas los deseos profundos de seres que duelen,
Y ahora,
Después de 24 horas, siento cráteres moribundos en aquellas lunas donde un día habitaste.

domingo, 30 de noviembre de 2014

De todas las cosas que pudimos ser.

De todas las cosas que pudimos ser
tú y yo
decidimos ser tiempo.
Pasear las horas bailando con sueños
en distintas almohadas.
Observar los minuteros, feroces,
mientras el mundo gira y gira
y nosotros nos detenemos en el mismo segundo.
No volver a vernos.
De todas las cosas que pudimos ser
tú  y yo
decidimos ser espacio.
Y a kilómetros entre praderas extensas
echarnos de menos, en silencio.
Escondernos entre colchones que multiplican
las millas, translúcidas, entre tu casa y la mía.
No volver a rozarnos.
De entre todas las cosas que pudimos ser
tú y yo
decidimos ser una ecuación perfecta.

Perfecta, pero jodida. 

domingo, 16 de noviembre de 2014

Por si acaso.

No sabía ni quien eras,
ni tampoco a qué jugabas
Nos perdió abrirnos tanto
y bañarte en mi mirada.
Y ahora que te has ido
acaso no te has dado cuenta,
ya no se escuchan mis latidos
ni se abren las compuertas.

Vuelve, que la pena anida en mi trenza
y tú  no estás para desenredarla
Vuelve, que hay una niña aquí despierta
que sin ti no siente nada.

Te estoy escribiendo una canción
por si al final no regresas.
Quiero notar que te perdí
pero que no me ha dado pena.
Hace días que te vi
no recordaba ni quien eras
estabas guapo a rabiar,
ya acabo, en fin, qué pena.

Vuelve, que la pena anida en mi trenza
y tú  no estás para desenredarla
Vuelve, que hay una niña aquí despierta
que sin ti no siente nada.

sábado, 15 de noviembre de 2014

No te vayas.

No te vayas.
No dejes que el tiempo se pose en mis pies
y que mis tobillos flaqueen porque está lloviendo.
No te vayas.
No dejes de cantar esa canción absurda
y de fotografiar cielos despierto.
No te vayas.
No me dejes conmigo misma, y el miedo
porque los dos sabemos bien quien gana.
No te vayas.
No permitas que mis labios se rompan, secos,
porque les falta tu húmeda y caliente.
No te vayas.
No juegues a desaparecer y a mandarme
ovnis mientras yo sueño.
No te vayas.
Nunca.
Pero si te vas, sepas bien que no quiero, nunca,
 jamás,
que vuelvas.

viernes, 31 de octubre de 2014

Muchacha de ojos tristes.

Nunca te enamores de una chica con los ojos tristes. Sí, ya sabes. De esas miradas que despiertan alaridos por poder abrazarlas y bañarse en sus retinas. Las chicas con los ojos tristes suelen tener miles de historias dentro, pero prefieren contarlas con los labios y no con los ojos.  Suelen ser curvilíneas, no por sus cuerpos, sino porque compensan esa tristeza demoledora con una sonrisa casi esférica, que ya quisieran los planetas de todos los sistemas solares sortear la gravedad como lo hacen cuando sonríen.  Cuando se esconden tras sus pestañas, y te miran, a soslayo, y sientes que todo dentro de ti se enciende, significa que el juego acaba de empezar, y te vas a mojar. Por supuesto que te vas a mojar, como nos mojamos todos cuando hasta sus cejas gimen. Lo peor que tienen estas chicas es que les gusta leer, y te leen, entre líneas, aunque tu libro esté cerrado. Son capaces de observarte hasta el más recóndito pensamiento guarro que cruce por tu mente, el último recuerdo vodevil y hasta tus instintos lunáticos. Nunca te enamores de una chica con los ojos tristes, porque no te estarás enamorando de la tristeza, sino de la puta sensación que te recorre cuando te ves reflejado en sus ojos y te ves, ahí, postrado, y te gustas; porque ellas tienen esa magia.


Pero, ya lo decía Sabina, lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.

viernes, 17 de octubre de 2014

La nuestra.

Hoy no has dejado de sonar en mi cabeza, como aquella tonta sinfonía que sin querer se te pega en los huesos y te araña lo más hondo. Tampoco han podido salir tus manos sobre mi mejilla, mi respiración desbocada, tus ojos y la duda. ¿Por qué la vida es tan puta?
Y me quemo. Juro por los dioses que me quemo. E intento cerrar los ojos, inspirar, y expirar tu rostro, pero no puedo. Estás ahí, estás en mí. Y me enredo en sacos rotos, y te busco en el pasado para poder encontrarte en el futuro. Porque al fin y al cabo, ya lo cantaba Zahara, jugamos a ser dos gatos que no se quieren dormir. Caminamos oliendo a tequila y vino barato, maullando enloquecidos como aquellos que van a morir de amor, que en el fondo es demasiado cierto. No nos importaba el mundo, ni sus historias, y en cambio se me partía el alma cada vez que te imaginaba dándome la espalda para no volver más. Y me pregunto, desvelada y triste, si el destino quiere que nos ahoguemos presos de nuestras propias culpas, si no pudo esperar, si no pudo darnos más tiempo.
¿Y ahora qué?
Al fin y al cabo, aquí
solo pasa el tiempo
(y demasiado rápido).

Ya lo decía la nuestra, hoy te he vuelto a recordar.