Yo soy yo y mis circunstancias.

sábado, 28 de julio de 2012

El hombre del corazón paranoico.


Ayer volví a encontrármelo en el portal.  Recostado sobre su vieja bolsa, envuelto en heces de rata y arropado con un par de cartones. Me miró. Era la primera vez que lo hacía. Sus azules ojos, como los del cielo en primavera, me hablaron. Sus pupilas secuestraron mi curiosidad y me senté a su lado. Estuvimos cinco minutos mirando al horizonte. Silencio.

- Hoy... - dudé en seguir hablando- ¿Hace frío, verdad?
Los siguientes minutos me parecieron eternos. Se dedicó a observarme mientras buscaba algo en su roída chaqueta. Sacó un viejo papel y lo besó. Me extendió la mano con el papel doblado y asintió. "¿Qué estoy haciendo aquí?"En ese momento me invadió un sentimiento de alarma, sin una razón lógica, obviamente.  Aún así cogí el papel y lo abrí lentamente. Me enamoré. En la foto aparecía una pareja guapísima de veinteañeros, sonrientes, felices, yo diría que enamorados.

- Es preciosa - su voz sonaba casi hueca, vacía.
- Hacen una pareja estupenda- asentí sonriendo mientras observaba la mirada cómplice de los jóvenes. La pamela de ella, el traje de él.
- No soy yo- refunfuñó y miró, casi de forma divertida, la confusión de mi rostro. - Se llamaba Laura y era la chica más guapa del barrio. Cuando era niña llevaba dos coletas, rubias como el cereal al atardecer, recogidas siempre por dos lazos azules. Nos volvía locos a todos los niños. Entiéndeme, tenía trece años y ella doce. Mi madre era la ama de llaves de su casa. Una familia de postín, por supuesto. - Tosió el vagabundo-  Fue mi novia, aunque bueno a esas edades, ya sabes. Un par de besitos y miles de cartas. 
- ¿ Y qué pasó? - dije mientras miraba pasar a un niña, rubia, como Laura.
- Sus padres le buscaron novio. Un hijo de un militar, de buena familia. Laura se enamoró perdidamente de él y se olvidó de mí.  La foto es de días antes de su boda.

Tragó saliva, como si le costase recordar. Volví a mirar la foto. Sí, se veían enamorados. "Pobre hombre, ¿por eso habrá acabado así?". La curiosidad me pudo.

- ¿Y la volvió a ver? - sus ojos se clavaron en los míos. Había dado en el clavo.
- Entré a trabajar en su casa casi 20 años después de que fuésemos novios. No me reconoció. Te juro que nada me había dolido tanto en la vida- su voz empezó a quebrarse- Me miró a los ojos, supo mi nombre, y aún así se había olvidado de mí. Infeliz. Ella murió diez años después, en el parto. Lo tenía todo, niña. Tenía dinero, casas, coches, un marido que la quería, un hijo. Pero aún así, le falto la entereza para aguantar un parto. Un poco de dolor, de sacrificio. Pero no pudo.
- ¿Por qué me cuenta todo esto, señor?
- Porque no quiero morir sin que nadie sepa mi historia, ni la de Laura. Porque yo la asesiné deseando todos los días que muriera si no era mía. Deseando que se arrepintiese por haberle elegido a él. Pero ahora que no está, la echo de menos.


Me levanté y lo volví a mirar. No sé cuanto tiempo estaría callando este secreto, casi putrefacto. Lo saludé y empecé a caminar. Y entonces lo supe. Ese era su testamento, no tenía nada que dejar, ni nadie a quien dejárselo. Solo su historia  y yo, la chica que lo observaba siempre. Acaricié la foto y caí en cuenta de que tenía que devolvérsela. Me giré, pero ya no estaba. Se había esfumado y con él, el cabello rubio como el cereal al atardecer de Laura.