recorre con sus dedos la isla
secreta,
tanto como ella.
Vigila los extramuros de sus muslos
donde huele a azafrán y a rosas,
mezclados
con llanto de sirena.
Exhala y respira los latidos desbocados
como sus dedos perdidos entre las
montañas
de su cuerpo.
Florecen de ella gemidos como rosas
que penetran y duelen en lo mas hondo,
amor
le grita susurrando.
Se hunde el vaivén de los pétreos cuerpos
doloridos de tanto y tanto quererse,
juegan
a que nunca habrá final.
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